Bonifacia Rodríguez: El compromiso con la mujer trabajadora pobre
1. Orígenes sencillos.
La mayor parte de los hombres y mujeres que habitaron el siglo XIX español, como en cualquier época, no sintieron que estaban construyendo una página de la historia, sin embargo fueron protagonistas silenciosos/as de una realidad que se iba escribiendo con su crecimiento humano. Ahí, en esta encrucijada histórica y como una de tantas, reposa la vida de Bonifacia. Ella será testigo de esta época, participará de sus ilusiones y decepciones, se hará preguntas, buscará respuestas y luchará por allanar el camino en el mundo de la mujer trabajadora y pobre.
Nace en Salamanca el 6 de junio de 1837 en una humilde vivienda de una pequeña calle de nombre las Mazas, en el barrio cercano a la Universidad. Va creciendo en medio de la inseguridad que da la pobreza, cambiando con frecuencia de casa, según las coyunturas familiares lo permitían. Desde muy joven colabora en la sastrería de su padre, cuida de sus hermanos, sufre y se alegra con los suyos, asume las estrecheces y la dureza del trabajo. Cuando termina los estudios primarios, comienza a prender el oficio de cordonera insertándose así en el mundo del trabajo artesanal, sin más ambiciones que ganarse el pan con la habilidad de sus manos.
En noviembre de 1865 cuando se casa su hermana Agustina, instala un taller propio de cordonería, pasamanería y otras labores. En él comienza a hacer realidad en el día a día su experiencia de encuentro con Dios en el trabajo, al estilo de la casita de José en Nazaret.
En 1870 llega a Salamanca Francisco Butinyà, un jesuita nacido en una familia industrial catalana, hombre inquieto e intelectual, que estaba fraguando en su corazón y en sus escritos una respuesta al mundo del proletariado naciente, respuesta que sólo tímidamente se estaba atreviendo a buscar el catolicismo oficial. Bonifacia lo elige para que acompañase su proceso de fe. Más de una vez le había escuchado decir que el trabajo es una manera de hacer a las personas más libres e iguales, y en él se puede ser testigos del Evangelio, comprometidas con la realidad y eso era lo que ella quería vivir.
Esta mujer sencilla y trabajadora hace también de su taller un lugar de acogida y de encuentro, donde, con un grupo de amigas se reunía los días festivos. A estos encuentros invitan a Butinyà y bajo su asesoramiento constituyen la Asociación de la Inmaculada y san José. En la casa de Bonifacia ponen la sede. Son tiempos confusos, las ideologías, iban y venían, y las soluciones a los problemas sociales y políticos se dilataban en medio de la confrontación. Ellas, mujeres sencillas no debaten las grandes cuestiones del momento, pero sí intentan construir pequeñas respuestas que mejorasen el mundo que tocaban.
Bonifacia en su proceso de fe se siente llamada a la vida religiosa y decide entrar en el convento de las Dueñas de Salamanca. Lo habla con Butinyà, pero él, que había conectado desde lo hondo con esta artesana sencilla y recta, que la había visto madurar y había contemplado su seguimiento de Jesús trabajador en Nazaret, y que estaba preocupado por hacer creíble a Dios en medio de la revolución industrial, le sugiere algo distinto: la fundación de un nuevo instituto de vida religiosa que diese respuesta a la situación dela mujer pobre que desde muy joven debía buscar empleo.
2. Una apuesta por la mujer trabajadora.
La situación ambiental era conflictiva, se estaba derrumbando la I República. La fundación debía apresurarse y así, el 10 de enero de 1874 las siete primeras Siervas de san José comienzan a hacer realidad el sueño en la propia casa de Bonifacia. Ella siente que aquello que había constituido su hogar, aquello tan cotidiano, tan vulgar incluso, se convertía en el espacio para una vocación, para un nuevo proyecto.
Butinyá les escribe unas constituciones rompedoras que nacían de la experiencia de Jesús, que siendo uno de tantos en una aldea de Nazaret dijo con su vida que ser persona es algo más que inmediatez y éxito y que la salvación de Dios pasa por la esencia misma del ser humano, por sus esperanzas y frustraciones, por sus manos y su mirada.
La Congregación inicia su andadura dispuesta a hermanar oración y trabajo, en un escondido taller. Con la única pretensión de testimoniar en medio del mundo que es posible la fraternidad en el trabajo, construyendo espacios que ayuden a ser personas criticas y libres.
El Reglamento de los talleres que Butinyà les entrega será la concreción de su proyecto de vida. En él Bonifacia se mirara siempre y a él se mantendrá fiel, a pesar de las oposiciones y contradicciones, en su tarea de animar la comunidad. A lo largo de su vida se irá identificando con el estilo de José de Nazareth, consciente de que también ella estaba construyendo un hogar para Dios .
Bonifacia pone todo lo que tiene, al servicio de esta empresa: su casa, sus cosas, su persona. Conoce el trabajo, la privación y el esfuerzo, pero sabe que Dios la quiere ahí enraizada en la vida, creciendo desde el esfuerzo diario, construyendo desde su pequeña historia humana y sencilla.
Mientras trato, los vaivenes históricos que sufre la Compañía de Jesús hacen que Francisco Butinya sea expulsado de España en abril 1874. Su nuevo destino será Francia. Siente con tener que dejar la fundación, apenas iniciada, en la que había volcado tanta ilusión y cariño. En Junio les escribe una carta en la que les anima a vivir a fondo el proyecto iniciado y les expresa como se siente parte, con ellas, de la obra emprendida. Bonifacia ya sola se empeñará en que todas vivan con fidelidad su llamada a hermanar oración y trabajo, preservando del peligro de perderse a las jóvenes que carecen de él, y potenciando la industria cristiana.
Con pocos medios pero con mucha ilusión se inicia el sueño que va a configurar la vida de Bonifacia, por el que va a luchar y el que moldeara su experiencia de Dios. Habían elegido una forma de vida novedosa que rompía los esquemas convencionales: era una Congregación que había optado por la clase trabajadora, que buscaba ser una mas entre ellas y proclamar que la vida diaria de Jesús de Nazareth podía ser algo mas que un relato para la imitación moral y convertirse en un modo de evangelizar y promocionar a la mujer trabajadora desde su propio lugar social.
En medio del caos generado por la anarquía y las revueltas de la España del momento, silenciosamente, Bonifacia pone su huella suave en la historia., sin estridencias, desde un taller de mujeres.
3. La utopía amenazada
El 14 de enero de 1875 llega a Madrid Alfonso XII, restaurándose a sí la monarquía en España. Se inician tiempos seguros, de restauración. Se busca tolerancia y estabilidad. La Iglesia recupera su seguridad y prestigio El clero recupera sus planteamientos tradicionales. En marzo de 1875 llega como nuevo obispo a la ciudad Narciso Martínez Izquierdo. A lo largo de su gobierno intentará mejorar el nivel religiosos de su Iglesia con talante innovador y dinámico. Comprenderá y apoyará el horizonte de la fundación josefina, aunque no siempre estará acertado en sus decisiones frente a ella.
En 1875 se trasladan a la calle libreros. Ha aumentado el número de religiosas y con ello la complejidad y el pluralismo. La novedad del intento no cuaja en todas de la misma manera y comienzan las divisiones. El ideal de vida religiosa que en la sociedad se está imponiendo tiende a buscar estructuras seguras desde esquemas más institucionales que carismáticos. La fidelidad se convierte en un reto, pues ya sabe que los vientos de están volviendo en su contra. Está segura de que lo que sus manos curtidas están tejiendo nace de la hondura de Dios y está enraizado en la vida. Nada aparentemente sublime parece construir, pero encarna lo más genuinamente humano, lo pequeño y lo sencillo.
En 1878 es nombrado director de la Congregación Pedro García Repila, el hombre que entre bastidores y como una voz en off irá acercando la fundación hacia la estabilidad y el prestigio, alejándola de sus orígenes. Esto supondrá la marginación de Bonifacia, su ocultamiento; las mentiras, la manipulación y la calumnia la irán rodeando. Se le cierran los caminos humanos, pero ella mantiene su esperanza puesta en Dios, serena y tranquila.
El 16 de agosto de 1881 se trasladan a la Casa de santa Teresa, un viejo caserón amenazado de ruina que ellas deben arreglar. La Asociación Josefina sigue en pie y mantiene una relación cercana con las Siervas de San José. El encuentro entre laicas y religiosas es una experiencia fresca, sencilla y cargada de profecía.
Butinyá, ya de vuelta en España, está viviendo en Girona y desde allí anima a Bonifacia ir a fundar a Catalunya, pues urgía una respuesta como la salmantina pero las circunstancias comunitarias no permiten el viaje: Butinyà decide comenzar allí él la fundación y así el 13 de febrero de 1875 nace la primera comunidad catalana.
La Congregación se va extendiendo por Catalunya y en 1882 Butinyà, propone a Bonifacia la unión de las casas catalanas con la de Salamanca. Bonifacia se lanza esta vez al viaje. Durante su estancia en tierras catalanas conoce a las hermanas de Catalunya e inicia las gestiones para la unión. A su vuelta visita a Butinyà en Zaragoza donde repentinamente recibe una carta de su comunidad que vienen firmada: Ana Muñoz, superiora. Bonifacia recibe así la noticia de su propia destitución en su ausencia. La situación cada vez es más dura.
Al regreso la acogida es fría, ya no se cuenta con ella y se la menosprecia. Bonifacia ve que la humildad y el perdón ya no son la respuesta con que toma una decisión: le pide al obispo poder fundar en Zamora una nueva comunidad. Parten así Bonifacia y su madre el 25de julio de 1883, las puertas de su casa se le cierran para siempre.
4. Un lugar para la esperanza
La Zamora de finales del XIX, que acoge a las Siervas de San José, es una villa tradicional de convivencia cercana y directa, de ambientes casi recoletos. Una zona preferentemente agrícola y ganadera, con un desarrollo industrial lento y reducido.
Las recibe a su llegada Felipe González, un sacerdote conocido por ellas en Salamanca que les había gestionado las cosas para la nueva fundación. Al llegar viven en su casa, no tienen nada. Bonifacia se siente débil, necesitada. Su madre es su gran apoyo, una mujer que, curtida por la vida, sabe dar ánimos a su hija sin esconder la verdad, pero también sin dramatizar.
El 2 de agosto llegan la novicia María Arroyo y la postulante Socorro Hernández, la que será siempre su amiga fiel. Los comienzos son duros, les falta casi el pan de cada día, pero no importa, quizá sea ésta la gran oportunidad de responder con fidelidad a la apuesta por el mundo trabajador y pobre desde una experiencia de vida religiosa.
En noviembre se trasladan a la calle Orejones, donde monta su taller. Las cosas comienzan a ir mejor, aumentan los encargos para esta sencilla industria. La correspondencia con Butinyá es frecuente... Ambos fundadores buscan sacar adelante este proyecto como sea.
En Salamanca el recuerdo de Bonifacia comienza a desdibujarse y los compromisos de la comunidad se van encaminando hacia la enseñanza. Detrás de todos estos cambios está García Repila, él concibe como un fracaso la dedicación al trabajo manual ya que cree que nunca alcanzarían las Siervas a competir en el mundo de la industria que está llegando.
Con Bonifacia lejos, rediseñan los perfiles del Instituto y el 12 de Agosto de 1884 el obispo Martínez Izquierdo firma un documento que modifica las constituciones de 1882, escritas por Butinyá. Legitimándose así nuevas tareas para la Congregación, renunciando a preservar el peligro de perderse a las jóvenes que carecían de trabajo.
La comunidad zamorana, mientras tanto, sigue su camino. Los beneficios les permiten, a través de Butinyá, adquirir máquinas nuevas, ya que Bonifacia quería combinar sencillez y austeridad con modernidad.
Su relación con Salamanca es mínima, a pesar de que Bonifacia les escribe con frecuencia. Es un silencio pesado, doloroso.. Butinyá también está sintiendo el rechazo de su obra, los superiores no le permiten acompañar de cerca de las josefinas.
En este momento Bonifacia intuye que no puede contar con el apoyo de Salamanca, pero sí puede comenzar los trámites de la unión de las comunidades catalanas con la de Zamora, de la que ella es responsable.
En 1886 viaja hacia Girona acompañada por Socorro Hernández, sueña todavía con hacer posible un solo cuerpo, pero la realidad poco a poco se impone y en sus gestiones realizadas a la vuelta en la Casa de Santa Teresa descubre que allí las cosas han cambiado mucho y que no desean el abrazo con Zamora y Girona. Con el tiempo las josefinas catalanas se convertirán en la Congregación de las Hijas de San José.
5. La fuerza se realiza en la debilidad
Después de superar diversas dificultades, Bonifacia y su comunidad consiguen habitar en 1889, una casa amplia en la calle de la Reina. A la inauguración de la nueva vivienda invitan a las Siervas de San José de Salamanca para compartir con ellas la alegría de ver que el camino se allanaba, pero le responden diciendo que la disfrutasen con salud. El acercamiento se hacía cada vez más costoso.
Por fin Bonifacia puede empezar a aterrizar el fin del Instituto que tanto había acariciado desde los orígenes. En el taller ya no sólo se trabaja para ganar el propio sustento, sino también para ayudar a labrarse un futuro a las niñas y jóvenes con las que compartían la casa, iniciando así una experiencia de acompañamiento, educativa y de promoción, en fidelidad a lo soñado en 1.874.
El taller era el lugar privilegiado de encuentro entre las acogidas y las Siervas de San José, allí, entre todas y según las fuerzas y posibilidades de cada una, ganaban el sustento diario, hermanando oración y trabajo al estilo de Nazaret. Los domingos solían reunirse en la casa otras empleadas de hogar que buscaban espacios alternativos para el tiempo de ocio, para Bonifacia era importante luchar por valores auténticos, sin dejarse absorber por lo que era negativo en su sociedad por ello favorecía estos espacios que lo hiciesen posible.
Ella educa, acompaña y configura su comunidad desde lo que ella es, una mujer entera, sensible al mundo que la rodea, curtida por las dificultades, pero cimentada en una honda experiencia de Dios y de confianza en Él.
El 1 de julio de 1.901 es aprobada por León XIII la Congregación. Las Siervas de Zamora se enteran por los sacerdotes que lo habían leído en el Boletín de la Diócesis y se acercaban a felicitarlas. Bonifacia no entiende lo que esta pasando, pero sigue buscando la manera de mantener los vínculos fraternos con Salamanca. El 15 de noviembre escribe una carta, firmada por toda la comunidad, a la superiora General Luisa Huerta, ésta le contesta el 7 de diciembre negando la hermandad entre ambas casas, dice que no se encontraba ningún documento que lo avalase y que nunca se habían relacionado: había nacido ya la leyenda negra en torno a Bonifacia, se decía que había abandonado la Congregación.
De todas maneras Bonifacia decide ir personalmente a Salamanca. Allí sin embargo, nadie le abre la puerta, nadie quiere saber nada de ella. Se consuma la ruptura total entre ambas comunidades. Bonifacia comprende a su a pesar que, al menos mientras ella viva no se unirán. Pero tiene esperanza que, si no es posible mientras ella viva, lo será después.
A partir de este momento la vida de Bonifacia se va a llenar de silencio y esperanza. , siente el fracaso, el abandono, pero confía: sabe que la última palabra la tiene Dios y él dará algún día el sí definitivo a su obra.
El 8 de agosto de 1.905 muere Bonifacia en Zamora, murió como había vivido, con sencillez, teniendo a su lado a las mujeres que junto a ella hicieron posible la profecía de Nazaret. Como germen y herencia queda su pequeña comunidad, ellas son la mejor prueba de lo auténtico que aun en la debilidad, permanece.
Tomado del folleto "Entre el Silencio y la Esperanza"